Escuchar un partido de fútbol por la radio es sin duda un acto de fe, independientemente de que, a día de hoy, este ejercicio sea muy semejante a escuchar una lectura de páginas amarillas con fútbol de fondo. El fútbol, como dijo Pier Paolo Pasolini, es un sistema de signos y por lo tanto es un lenguaje La realidad del partido es una construcción simbólica que se nos revela y se nos oculta según los caprichos del narrador radial (en este caso). Lo real, es decir, el partido de fútbol, no posee una existencia positiva y no pasa de ser un algo obstruido. La realidad es la trama construida que seduce a los radioescuchas y que los impele a comerse las uñas, pegar brincos y mentarle la madre a los guardalíneas y los árbitros, tanto como a los adversarios. De tal suerte, al menos para los aficionados más puristas que prefieren la radio a la tele, durante 90 minutos nadie tiene tanto poder en el universo como Mario Mcgregor.
Juan Sasturain decía que el narrador radial opera en la frontera entre la crónica deportiva y el relato de ficción. Siguiendo este razonamiento, resultaría lícito afirmar que Mario Mcgregor se encuentra en el límite entre Pilo Obando y, digamos, José León Sánchez. Pero más allá de las consideraciones formales cabe preguntarse qué es, en rigor, lo que separa a Mario Mcgregor de José León Sánchez y de Pilo Obando. En cuanto la relación entre Mcgregor y ese simpático exalcohólico, evangelista y aficionado al Club Sport Cartaginés (Pilo Obando) bastaría con decir que la única diferencia radica en la posibilidad que tiene el espectador de Repretel de cotejar la realidad del relato con la realidad visual del partido, la cual, en nuestro momento histórico, adquiere una jerarquía capital. En el caso de José León Sánchez la diferencia estriba sencillamente en que Mcgregor suele ser más escrupuloso que los narradores de ficción. Si por alguna extraña causa Mario Mcgregor algún día decide narrar un partido no real (esto es, mentir) nada, de orden formal, lo diferenciaría de José León Sánchez u otro narrador nacional.
Resulta sorprendente, por otro lado, que Mario Mcgregor no sucumba ante la tentación de alejarse del prosaico y empirista Pilo Obando para convertirse en una suerte de Anacristina Rossi robustecida y virilizada. ¿Es posible que Mcgregor nunca se haya visto empujado a cambiar la narración de un partido en pos de un objetivo distinto al de sus reconcomios de cronista fidedigno? Se me viene a la mente ese hostil y certero cabezazo de Jonathan Bornstein en el 5 minuto de descuento que envió a CRC al repechaje; o ese otro juego de octavos de final de Italia 90 en el que Costa Rica pierde contra la desaparecida Checoslovaquia 4 por 1. Más allá del riesgo que supondría (riesgo que, por otra parte, no excedería las implicaciones que tiene la publicación de uno de esos artículos de Iván Molina cuya vocación desmitificadora resulta harto sospechosa) tan temerarias empresas, es preciso reconocer que el caudal narrativo de Mcgregor se ha derrochado en precoces inventarios factuales y en sórdidas reseñas de partidos, sin mayor pena ni gloria. En definitiva, las facultades narrativas y el poderío de La Doble M se han visto empañados por una eticidad gratuita y por aprehensiones, a la sazón, innecesarias.
¿Cómo hubiera sido esa noche de miércoles 14 de octubre si McGregor nos hubiera hecho escuchar un partido de CRC contra EEUU en el que Bornstein nunca anotaba ese fatídico gol? A decir verdad todo parecía confabularse para urdir una mentira. Al menos en Curridabat se había suspendido el fluido eléctrico, de modo que, para utilizar una terminología marxista, en el sector este de la capital las condiciones objetivas estaban dadas. Las sospechas y resquemores que suscitarían los cables de las agencias de prensa internacionales que al día siguiente desmintieran el triunfo de la selección nacional, habrían sido calificadas de calumnias y muestras de persecución contra la vocación pacifista de nuestro país. La Nación, en aras de fortalecer la gobernabilidad de unos pocos sobre la mayoría, no habría reparado en publicar un titular falso. Naturalmente, toda esta fabulación ignora el hecho de que el presidente CRC en ese entonces constituía un “servil hace mandados” del gobierno de Estados Unidos y las elitillas criollas centroamericanas (la primera fase del "Oscariato"). Sin embargo, por unos días, al menos, CRC hubiera estado en la Copa del Mundo Sudáfrica 2010. No dudo que doña Laura Chinchilla, en tanto finalizaba el periodo electoral, se hubiera sentido profundamente agradecida por un gesto de esa naturaleza. Si McGregor no hubiera tenido esa escrupulosidad tan férrea, los y las ticas hubieran sido aún más felices (si ya somos los más felices del planeta, hubieramos sido los más felices de la Vía Láctea) y no nos molestaría que el presidente anterior haya ultrajado el erario público y que haya inaugurado carreteras y edificios inconclusos. Guardamos la esperanza de que, quizás para Brasil 2014, Don Rodrigo Arias decida clasificarnos al mundial vía decreto ejecutivo.
Juan Sasturain decía que el narrador radial opera en la frontera entre la crónica deportiva y el relato de ficción. Siguiendo este razonamiento, resultaría lícito afirmar que Mario Mcgregor se encuentra en el límite entre Pilo Obando y, digamos, José León Sánchez. Pero más allá de las consideraciones formales cabe preguntarse qué es, en rigor, lo que separa a Mario Mcgregor de José León Sánchez y de Pilo Obando. En cuanto la relación entre Mcgregor y ese simpático exalcohólico, evangelista y aficionado al Club Sport Cartaginés (Pilo Obando) bastaría con decir que la única diferencia radica en la posibilidad que tiene el espectador de Repretel de cotejar la realidad del relato con la realidad visual del partido, la cual, en nuestro momento histórico, adquiere una jerarquía capital. En el caso de José León Sánchez la diferencia estriba sencillamente en que Mcgregor suele ser más escrupuloso que los narradores de ficción. Si por alguna extraña causa Mario Mcgregor algún día decide narrar un partido no real (esto es, mentir) nada, de orden formal, lo diferenciaría de José León Sánchez u otro narrador nacional.
Resulta sorprendente, por otro lado, que Mario Mcgregor no sucumba ante la tentación de alejarse del prosaico y empirista Pilo Obando para convertirse en una suerte de Anacristina Rossi robustecida y virilizada. ¿Es posible que Mcgregor nunca se haya visto empujado a cambiar la narración de un partido en pos de un objetivo distinto al de sus reconcomios de cronista fidedigno? Se me viene a la mente ese hostil y certero cabezazo de Jonathan Bornstein en el 5 minuto de descuento que envió a CRC al repechaje; o ese otro juego de octavos de final de Italia 90 en el que Costa Rica pierde contra la desaparecida Checoslovaquia 4 por 1. Más allá del riesgo que supondría (riesgo que, por otra parte, no excedería las implicaciones que tiene la publicación de uno de esos artículos de Iván Molina cuya vocación desmitificadora resulta harto sospechosa) tan temerarias empresas, es preciso reconocer que el caudal narrativo de Mcgregor se ha derrochado en precoces inventarios factuales y en sórdidas reseñas de partidos, sin mayor pena ni gloria. En definitiva, las facultades narrativas y el poderío de La Doble M se han visto empañados por una eticidad gratuita y por aprehensiones, a la sazón, innecesarias.
¿Cómo hubiera sido esa noche de miércoles 14 de octubre si McGregor nos hubiera hecho escuchar un partido de CRC contra EEUU en el que Bornstein nunca anotaba ese fatídico gol? A decir verdad todo parecía confabularse para urdir una mentira. Al menos en Curridabat se había suspendido el fluido eléctrico, de modo que, para utilizar una terminología marxista, en el sector este de la capital las condiciones objetivas estaban dadas. Las sospechas y resquemores que suscitarían los cables de las agencias de prensa internacionales que al día siguiente desmintieran el triunfo de la selección nacional, habrían sido calificadas de calumnias y muestras de persecución contra la vocación pacifista de nuestro país. La Nación, en aras de fortalecer la gobernabilidad de unos pocos sobre la mayoría, no habría reparado en publicar un titular falso. Naturalmente, toda esta fabulación ignora el hecho de que el presidente CRC en ese entonces constituía un “servil hace mandados” del gobierno de Estados Unidos y las elitillas criollas centroamericanas (la primera fase del "Oscariato"). Sin embargo, por unos días, al menos, CRC hubiera estado en la Copa del Mundo Sudáfrica 2010. No dudo que doña Laura Chinchilla, en tanto finalizaba el periodo electoral, se hubiera sentido profundamente agradecida por un gesto de esa naturaleza. Si McGregor no hubiera tenido esa escrupulosidad tan férrea, los y las ticas hubieran sido aún más felices (si ya somos los más felices del planeta, hubieramos sido los más felices de la Vía Láctea) y no nos molestaría que el presidente anterior haya ultrajado el erario público y que haya inaugurado carreteras y edificios inconclusos. Guardamos la esperanza de que, quizás para Brasil 2014, Don Rodrigo Arias decida clasificarnos al mundial vía decreto ejecutivo.
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