24 de octubre de 2008

¨Ultimatum¨


No deja de ser curioso que casi unánimemente —y escribo el casi por si se me escapó alguno por ahí—, los francotiradores con espacios relevantes en medios de comunicación escritos de este país, que han bombardeado de críticas y cuestionamientos al gobierno de Oscar Arias, se opusieron a la construcción del Estadio Nacional en la Sabana y aplaudieron el recurso de don Guido Sáenz.
Repasen las columnas de los que ya ustedes saben, desde que se anunció la construcción del nuevo coliseo, la presentación del recurso, su posterior rechazo y comprobarán que los mismos que vuelan metralla contra don Oscar, se opusieron, la mayoría de ellos sin haberse puesto una pantaloneta en su vida, a la edificación de esa joya arquitectónica deportiva.
Y todavía, algunos dudan que el asunto se montó sobre matices políticos notorios y evidentes.
De toda esa corriente de opinión, de personas no tanto enemigas del deporte, pero sí desconocedoras de su fuerza, me resultaron patéticas las escritas por Federico “El Bueno” en La Prensa Libre, donde el hombre retrató en cada una de sus frases que está más perdido en el tema que los directivos del Cartaginés con el ultimátum a Juan Luis.
¿Cómo va a dar usted, directivo de un club, un ultimátum a su director técnico, para que derrote a un rival donde tres de sus jugadores ganan más que toda la planilla del equipo que entrena el “ultimatumiado”?
El poderío económico y la calidad de la nómina de Liberia Mía, no se pueden comparar con los del Cartaginés.
Los fichajes y salarios de Mesén, Wallace, Umaña, Salazar, Chinchilla, Sirias, Sánchez, Díaz, Alemán y Mambo Núñez entre otros, puede que hasta tripliquen los modestos sueldos del 90% de la nómina del cuadro brumoso, integrado en su mayoría por jóvenes canteranos que hacen sus primeras armas en la máxima categoría y por ende, ganan aún poco dinero.
Esto de darle un ultimátum a un director técnico no es sana costumbre y no se presenta mucho o casi no se da en ligas más desarrolladas. En Costa Rica lo hacemos pésima costumbre.
Pero, aun disimulando esa mala práctica de nuestra dirigencia tercermundista, lo que se estila es exigirle al cuerpo técnico la cosecha de puntos cuando se supone, repito, se supone, que por la capacidad que exhiben los rivales que siguen, se les debe y puede ganar.
Me explico y con todo respeto para los clubes de primera división.
Usted como directivo puede (aunque no debe) darle un ultimátum, digamos a Pérez Zeledón, para que derrote a Ramonense y Carmelita en los dos partidos que siguen, pero es ilógico darle ese ultimátum, si vienen los partidos contra Saprissa y la Liga.
Ustedes me entienden y de sobra lo que quiero decir; de manera que exigirle a Juan Luis que Cartaginés derrote a Liberia, atenta contra la lógica y bien hizo el técnico en rechazar “el ofrecimiento”.

8 de octubre de 2008

A propósito del Estadio Nacional


En Vela
Julio Rodríguez | envela@nacion.com

Solo eso faltaba: que la Sala Constitucional sea la que determine dónde se construirá el nuevo Estadio Nacional. Cualquier día tendrá que dirimir quién gana o pierde los partidos de futbol. ¿Es justo que Saprissa sea siempre campeón?
¿Razones para la oposición? “Un molote” vial. Este estadio, para 35.000 espectadores, se llenará solo en los partidos de la Selección y en alguno de los llamados clásicos. Además, en estas escasísimas ocasiones se pueden contratar estacionamientos cercanos, y el resto de los carros lejos del estadio. ¿Cómo se irá al estadio? Pues caminando, en este país de gordos, a tono con “el espíritu de La Sabana”: el ejercicio físico y la camaradería. ¿Caos vial? San José es un caos vial, entre semana, cuando no hay partidos.
Otra razón: se pierde “el espíritu de La Sabana”: sana diversión y vida familiar. Pero ¿no son, acaso, los partidos de futbol un encuentro popular, idóneos, además, para hermanarlos con la cultura, máxime si el estadio es hermoso y al alcance de las familias? Otra razón: “se destruirá la joya de La Sabana”. Extraño argumento: el viejo estadio había perdido su sentido y no era una joya. Tampoco lo han sido las edificaciones en La Sabana. El nuevo sí será una joya y así tendremos dos: La Sabana y el mejor estadio de Centroamérica. ¿Qué mejor?
¿Propuestas de los opositores? Buscar otro sitio. ¡Qué facil! Al parecer, no conocen el estilo tico. ¿Dónde? Esto significa decirle adiós al nuevo estadio, pues tirios y troyanos se enzarzarán en una pugna por otro lugar. Si este es privado, requerirá una expropiación, y, si es público, los vecinos se opondrán o cada pueblo lo querrá para sí; los políticos, los ambientalistas, los sabios y los diputados intervendrán, y se presentarán mil y un recursos de amparo… Todo en plena campaña política. Al final, nos quedaremos sin estadio y con el hueco actual del viejo estadio, en La Sabana, repleto de agua en invierno para delicia del dengue... Sin joya ni espíritu…
Y lo más gracioso es que este recurso de amparo se presenta, ahora, cuando las obras han comenzado y se ha invertido tiempo, pensamiento y dinero. Así pasó con las líneas intersectoriales, congeladas el día anterior, y con un recurso contra el muelle granelero, que la Sala Cuarta resolvió más de un año después, cuando los costos habían aumentado en $30 millones, que ahora habrá que enfrentar. No llegamos a tiempo para hacer las cosas, sino para impedir su ejecución o mejora. Y, solicitadas dos prórrogas del TLC, ¿no están algunos haciendo todo lo posible para que nos quedemos fuera?
Dediquémonos a mejenguear…





Primera Fila
El estadio, a las montañas
Gustavo Jiménez M. | gujimenez@nacion.com
Ahora resulta que no se puede hacer un estadio en La Sabana debido al impacto vial. De seguro vienen nuevos recursos contra el Festival de La Luz, el Tope y hasta el Festival de la Música, que también hacen colapsar a San José.
Uno de los recurrentes (ocurrentes, diría yo) sugirió en Telenoticias que el estadio no se haga en La Sabana, sino en tres lugares que propuso: frente al Real Cariari, en Hatillo o en La Uruca.
Obviemos el hecho de que los vecinos de esos sitios correrán a poner nuevos salacuartazos, motivados por el inspirador ejemplo de Sáenz y compañía. Repasemos, mejor, el argumento estrella de quienes se oponen al estadio: que va a generar un caos vial.
¡Y en la General Cañas, o en Hatillo, o en La Uruca no habrá otro caos! ¿Estos señores habrán visto los embotellamientos en La Uruca? ¿O en Hatillo? Es más, ¿sabrán dónde queda Hatillo?
Pero está bien. Hagámosle caso a estos prohombres: mandemos el estadio a las montañas. De esta forma la ciudad de San José, donde nunca hay presas, conservará su impecable castidad vial.
Voy a permitirme sugerir un terreno donde se podría hacer la edificación, si China acepta. Son unas fincas propiedad del Estado que están ubicadas en San Cristóbal de Desamparados.
No, perdón… No se van a poder usar. Resulta que esas fincas estaban a nombre de una asociación de la cual don Guido Sáenz era vicepresidente , y debían ser traspasadas a la Orquesta Juvenil en 1997. Pero, en su lugar, don Guido las entregó a una Asociación privada presidida por Kirsten Figueres. Ahora el Estado anda corriendo a ver cómo las recupera. ¡Qué buen guardián de los bienes públicos resultó don Guido! Y ahora nos salva del caos vial. ¿Cómo agradecerle tanta generosidad?

2 de octubre de 2008

Horror en Lima


Cuando el delirio de la gente no se puede contener

La Selección Argentina le ganaba a Perú 1 a 0 en el preolímpico jugado en Perú y el partido se suspendió por la invasión de unos aficionados y la exaltación general. Se suscitó uno de los mayores horrores de la historia del fútbol, una de las mayores tragedias en la historia del fútbol mundial tuvo como protagonista a la Selección Argentina de fútbol sub 23. Es una historia muy pocas veces contada o publicada. Fue terrible lo que pasó esa tarde del 24 de mayo de 1964 en Lima.
Porque Argentina le ganó a la selección local 1 a 0 por el torneo preolímpico que clasificaba para Tokio ’64, y el fútbol quedó como un dato estadístico para tener a la muerte como principal protagonista. Porque 340 personas fallecieron en ese partido y quedaron unos 500 heridos. El torneo, que clasificaría a dos equipos sudamericanos para los Juegos Olímpicos, arrancó para Argentina el 8 de mayo con un triunfo frente a Colombia por 1 a 0 y seguiría con tres victorias más: 1 a 0 a Ecuador, 4 a 0 a Chile y 3 a 1 a Uruguay para llegar a ese partido ante los peruanos en el estadio Nacional de Lima, colmado por 45.000 personas y con mucho público en los alrededores queriendo entrar.
Por eso, los organizadores decidieron cerrar las puertas sin saber las consecuencias que ese hecho iba a acarrear.
Ernesto Duchini, el DT argentino, ese día mandó a la cancha a Cejas; Morales, Bertolotti, Perfumo y Pazos; Malleo, Mori y Cabrera; Domínguez, Manfredi y Ochoa.
Hubo un gol de Manfredi para la Blanquiceleste, a los 15 minutos, y todo siguió con dominio visitante hasta que a los 39’ el peruano Lobatón levantó la pierna frente al argentino Morales con una “plancha”, en la jugada que terminó en gol peruano. El árbitro uruguayo Ángel Eduardo Pazos lo anuló y cobró infracción.
En ese momento ingresó un aficionado, el Negro Bomba, que intentó agredir al juez pero fue detenido antes. Después lo siguió otro hincha, que también fue contenido por la policía, mientras la gente en las tribunas comenzó a protestar e insultar y varios querían invadir la cancha. La policía tiró gases lacrimógenos, lo que generó una estampida en las gradas hacia las puertas de salida… ¡que estaban cerradas!


El caos fue general y los aficionados comenzaron a morir asfixiados o aplastados. Heridos y fallecidos fueron trasladados a la zona de vestuarios, en donde los jugadores argentinos fueron testigos de ese hecho aterrador.
Después la situación de violencia se trasladó a las calles, donde hubo micros y autos incendiados, policías muertos e intercambio de balazos. Lima estaba revolucionada y la cifra de decesos iba creciendo.
El horror se había instalado. Las 340 muertes se originaron a partir de un gol anulado, una invasión, gas lacrimógeno y las puertas que ¨algunos¨ decidieron cerrar.